Extraído de AishLatino.com

Escrito por Sara Debbie Gutfreund

 

El 14 de octubre de 2012, Feliz Baumgartner se elevó en un globo de helio hasta una altitud de casi 40.000 metros y, utilizando un traje espacial altamente sofisticado, rompió el récord mundial al saltar y alcanzar una velocidad máxima de 1.342 km/h, o Mach 1,24.

«Créeme», dijo Felix después del salto, «cuando estás allí arriba y ves el mundo, te sientes tan humilde. Ya no se trata de romper récords. Ya no se trata de información científica. Lo único que importa es volver a casa».

Mientras millones miraban al osado saltador salir de su cápsula y mirar hacia la tierra, el proyecto Red Bull Stratos se hizo realidad. Llevó cinco años de preparaciones para esta misión, y el proyecto involucró a más de 300 personas, incluyendo setenta ingenieros, científicos y médicos.

Felix tenía que estar en posición «aerodinámica» para poder romper la barrera del sonido; durante toda la caída libre tuvo que estabilizar constantemente su cuerpo y colocar la cabeza hacia abajo. Esto le demandó tanta concentración que dijo que ni siquiera percibió el boom sónico cuando rompió la barrera del sonido.

¿Qué podemos aprender de todo esto?

El primer mensaje que capté es la increíble capacidad de planeamiento de la que somos capaces cuando estamos enfocados en un objetivo. El tiempo, el dinero y el trabajo en equipo no conocen límites. El equipo de Felix involucró expertos de una amplia variedad de campos, desde medicina hasta meteorología o sicología. Pero el miembro más increíble de todos fue Joe Kittinger, de 84 años, poseedor del récord anterior y coronel retirado de la Fuerza Aérea. Fue su tranquilizadora voz desde el puesto de control de la misión lo que guió a Felix durante el ascenso a la estratósfera. En lugar de querer que su récord permaneciera vigente, Kittinger se convirtió en parte integral del proyecto, en un inspirador mentor de la generación siguiente. Pasó la antorcha, deseando que la humanidad llegara más lejos de lo que él pudo llegar.

Vemos lo que un equipo puede lograr cuando cada miembro está enfocado en el objetivo en lugar de su ego. Ver la expresión de alegría en la cara de Kittinger cuando Felix aterrizó fue hermoso. Me encantaría poder ser tan desinteresada al ver el éxito de los demás.

Y hay otra lección que aprendo de esto. Durante la última década el movimiento de sicología positiva ha estado diciéndonos que la práctica y la perseverancia son más importantes que el talento y la fortaleza. Hay un rasgo denominado «agallas» que se define como «la pasión de una persona por un objetivo particular a largo plazo, junto a una poderosa motivación para lograrlo”. Es claro que Baumgartner tiene ‘agallas’, como es evidenciado por los años de entrenamiento y concentración en romper récords mundiales de salto. Pero las agallas son más que eso, involucran también la capacidad para continuar, para levantarse siempre, sin importar cuántas veces uno caiga; deshacerse del fastidio y la frustración y decidir continuar perseverando a pesar de los miles de obstáculos que pueden aparecer y que siempre aparecen.

Por ejemplo, durante el entrenamiento para esta misión Felix descubrió que, a pesar de no temerle a las alturas, tuvo que enfrentar un nuevo e inesperado miedo en su pequeña cápsula: la claustrofobia. Le temía tanto al pequeño y apretado habitáculo de la cápsula que en el año 2010 dejó los Estados Unidos y casi renuncia definitivamente. Pero finalmente no lo hizo. Y luego, durante la segunda hora del ascenso, su visor se empañó y continuó así hasta que saltó en el espacio. A pesar del incomprensible terror, Felix no renunció activando el paracaídas de desaceleración, que lo hubiera frenado y hubiera evitado que rompiera la barrera del sonido.

Cuando el camino no siempre es claro, cuando tenemos miedo y nos sentimos completamente perdidos, hay una manera de seguir hacia adelante. Dios hace que esta capacidad sea innata en nosotros, la capacidad de poder saltar incluso cuando nuestros visores están borrosos, de permanecer enfocados, incluso cuando sentimos miedo, para poder dar ese último paso hacia nuestro objetivo.

Una vez fui con mis hijas al SkyCoaster en Superland, Israel. Eran 50 metros en el aire y cuando teníamos que soltar el seguro para que comenzara la caída libre, dos pensamientos pasaron por mi mente. No había forma de bajar salvo caer, y segundo, no hay nada más atemorizante que la absoluta pérdida del control. Para Felix era un poco diferente (además de la diferencia de unos 39.950 metros) porque tenía que estar todo el tiempo trabajando en estabilizar su cuerpo para que fuera aerodinámico. Nosotros lo único que hacíamos era sentir la caída libre, pero hay algo que tiene el volar directamente hacia el suelo que es inherentemente aleccionador: la sensación de libertad es emocionante, y la vulnerabilidad aterrorizante.

También descubrí en esa corta caída libre que nadie asciende o desciende tales alturas sin rezar. Hasta los más atrevidos rezan. Eso es lo que estaba haciendo Felix en su ascenso a la estratósfera.

Pero creo que la lección más poderosa son las agudas palabras del propio Felix después del salto. «Lo único que importa es volver a casa». Más fuerte que nuestra necesidad de saltar, más poderoso que nuestro deseo de volar, es nuestra conexión inherente con lo más preciado de la vida. Todos queremos volver a casa, conectarnos con nuestros seres queridos y con Dios, que nos da el coraje para saltar más allá del límite de nuestros miedos.

Enfócate en el objetivo, continúa entrenando, salta incluso cuando tus visores estén empañados. Reza por fortaleza. Reza por coraje. Y reza para que Dios te traiga de vuelta a casa.

 

Extraído de AishLatino.com

 

 

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